jueves, febrero 20, 2020

... mi hijo.

Recuerdo, como si fuera hoy, que conocí a mi hijo Sebastián el día que nació, en una incubadora... Porque nació de 8 meses, porque nació prácticamente muerto y tuvieron que revivirlo.

Lo conocí entre sentimientos encontrados, estaba feliz de tenerlo porque aunque no pude tocarle, pude verlo y estaba entre nosotros ¡vivo!; y triste porque no estaba del todo bien pues lo veía que sentía dolor... Porque por su mejilla redonda corrió, lento, una pequeña lágrima.

Estuvo un tiempo en el hospital después que dieron de alta a mi esposa, así que a diario debíamos desplazarnos para estar con él. Fueron días difíciles - porque corrían riesgos de enfermedad tanto mi hijo como mi esposa-; finalmente le dieron salida pero tenía complicaciones respiratorias puesto que sus pulmones no habían madurado del todo; a los pocos meses de salir tuvimos que volverlo a hospitalizar, y así cada cierto tiempo hasta los 2 años de edad.

La última vez que estuvo internado, mi esposa pidió una licencia en su trabajo para poder estar a diario con él en el hospital, yo estuve enfermo del estómago los primeros 8 días (era toda una odisea tener que atravesar la ciudad para estar con ellos).
Al terminar la licencia de 15 días y regresar a su trabajo, mi esposa se encontró con que ya no tenía empleo, ¡la despidieron!

Es muy triste tener que dejar a tu hijo en el hospital solo, con gente que no conoce, sintiéndose abandonado y sin que puedas decidir o exigir poder estar todo el tiempo a su lado; eso pasaba cada día a las 5 de la tarde, cuando debíamos salir de la unidad de cuidados intermedios en la que estaba.

Durante cada una de sus temporadas en el hospital siempre vi que se esforzaba por estar bien, Dios nos dio un luchador; y verlo salir de cada una de estas situaciones difíciles me enseñó que la vida nos dotó de características que podemos usar para avanzar y no quedarnos estancados, nos dio la posibilidad de continuar.

Pudimos haber desistido, mi hijo pudo haberse rendido, pero queríamos que viviera y él también, porque el instinto de supervivencia nos hace superar cosas como estas.
Hoy mi hijo tiene 21 años y está por terminar su carrera universitaria, Dios nos lo dio, luego lo sanó y lo ha sostenido todo este tiempo.
Si sigues leyendo justo ahora, quiero invitarte a no rendirte, quiero invitarte a continuar hacia tu meta, porque no vas solo, Dios está a tu lado.
No te fijes mucho en los obstáculos del camino porque son pasajeros, fíjate en la voz y en las manos de Aquel que te sostiene y no te dejará caer.

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